Vinieron con sus máquinas y su saber.
Vinieron con su capital y su inglés.
Llegaron con el poder de los embajadores.
Y, sin vergüenza, compraron tierras y personas.
No me digas que padeces hambre y esclavitud, dime qué haces para emanciparte.
Establecieron fronteras. Renombraron ríos, puertos y bosques.
Perforaron el corazón de Barrancabermeja buscando oro negro.
Contrataron los harapientos, los pobres y los necesitados.
Y, sin vergüenza, firmaron contratos y acuerdos.
No me digas que padeces hambre y esclavitud, dime qué haces para emanciparte.
Luego construyeron campamentos y vías férreas,
convencidos que todo marcharía sin problemas.
Porque sus amigos eran ministros y alcaldes,
porque pagaban policías, capitanes y dirigentes.
Pero no todo estaba controlado.
La libertad y la justicia surcaban mares y montañas.
Recorrían caminos de piedra y metal.
Vadeaban el río rojo en piraguas y canoas.
No dejaron de gritar, cantar y corear.
Caminaban sin miedo pidiendo el pago de las horas extras.
Protestaban decididos a enfrentar los fusiles y las rejas.
Exigían buen trato, médicos y libros.
Solicitaban anjeos, zapatos y ocho horas de descanso.
Pero recibieron despidos, destierros y extrañamientos.
La justicia no se compra ni se pide de limosna: si no existe, se hace.
Las libertades no se piden, se toman.
Gratitud a los obreros aguerridos.
Gratitud a los muertos invencibles.
Gratitud a Mahecha, a Floro y a María Cano.
Gratitud a los héroes anónimos.
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