Renan Vega Cantor
Luz Ángela Núñez Espinel
El cepo es un instrumento de tortura que se inventó hace miles de años, no se sabe con exactitud dónde ni cuándo. Ya se tienen noticias de su existencia en China hace miles de años, y por eso se habla del cepo chino. La biblia registra su existencia en estos términos: “Yugo y bridas doblegan el cuello, al mal criado mano dura y castigo. Hazlo trabajar para que no esté ocioso, que la ociosidad es maestra de vicios. Ponlo a la tarea como le corresponde, y si no obedece mételo en el cepo”.[1]
Tal vez por esa admonición bíblica, el cepo terminó siendo uno de los instrumentos favoritos de tortura de la Inquisición católica, aunque también fue utilizado por protestantes. En la Europa medieval, la Inquisición generalizó su uso para torturar a los herejes y brujas, y por la vía española fue traído a América. Como tantas otras cosas, el cepo se difundió en nuestro continente debido a la conquista europea.
En nuestro continente, el cepo se empleó como un dispositivo de dominio del naciente poder de los conquistadores y se usó para sojuzgar a los indígenas y luego a los africanos negros esclavizados.
El cepo se utilizaba como mecanismo de vindicta pública, porque en las plazas de pueblos se exhibía a una persona acusada de ser delincuente, desobediente o rebelde. Se le colocaba en el cepo a sol y agua a la vista de todos, para que ese castigo generara temor, y se exhortaba a que los que pasaban por allí insultaran, escupieran y golpearan al infeliz que estaba sometido.
En Colombia el uso del cepo tuvo el mismo carácter generalizado que en el resto de los países del continente. Era utilizado en campos y ciudades, en las prisiones, en las escuelas, en los cuarteles; se empleaba como instrumento de tortura para los presos y para la población pobre, mayoritariamente rural. Se usaba en las haciendas y en los lugares donde las comunidades religiosas ejercían su señoría sobre los indígenas, considerados como “menores de edad” que debían ser evangelizados y adoctrinados.
[1] Eclesiásticos, 33, 27-29.
- Escuche la voz de los autores: Autores: Renan Vega Cantor - Luz Ángela Núñez Espinel