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Petróleo, hierro y cemento para edificar una ciudad

SALA 1
• Sección 2 •

La “Barranca” de 1927, con las precarias viviendas urbanas de la periferia, de vara parada y techo de paja, con cercos de madera rolliza y viviendas contiguas en muros de bahareque relleno, unos muros a la vista y los otros repellados con boñiga encalada, con techos de paja y zinc. Y en las calles una gama de casas que combinaban las formas más tradicionales de origen rural con las nuevas de madera y zinc, además de diferentes hibridaciones entre vermiculares y una arquitectura en madera que retoma la idea de las casas de campamento y se convierten en una arquitectura popular urbana; además están esas esquinas modernas de ladrillo y cemento. Una modernidad material, técnica, constructiva y arquitectónica, que de Barranquilla, luego de navegar el canal del Dique, siguió río arriba por Guamal, El Banco y Tamalameque hasta llegar a Barranca, después de dejar en el otro brazo del río a Mompox, entre el sopor, sus aires señoriales y sus formas coloniales.

Entre las panorámicas de la ciudad, las fachadas urbanas y su arquitectura, las calles como escenario de los conflictos, Floro Piedrahita mostró la ciudad del petróleo y su transformación, una ciudad de enclave y extractivista que muchos quisieron presentar como “pintoresca” e ideal de progreso. Pero esta mirada desde los obreros y su mundo cotidiano y de luchas nos mostró que no era tan ideal.

Luis Fernando González Escobar

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