En todo cuento siempre hay una historia de final triste. Esta es la que lo cuenta.
Dentro de las aventuras de Floro estaban las cacerías.
La cacería que en su inicio era de subsistencia como actividad básica para proveer el alimento, a la par como un acto de poder y quizás incluso con componentes mágicos ritualistas, pasando a ser una práctica habitual de la nobleza con pensamientos asociados de que traerían beneficiosas largas vidas y llegando hasta hoy día en el que existen aún prácticas permitidas en lugares como de siembras de animales para ello. Sin ánimo de juzgar los motivos que llevan a dicha celebración en algunos de nosotros los humanos, estas fotos nos producen sorpresa y espanto a la vez.
Sorpresa por la visión que debió tener Floro de un ejemplar tan majestuoso, lo he seguido para hacerle su homenaje posiblemente un caimán de costa o llamado caimán aguja (Crocodylus acutus) que por su tamaño debió ser un macho alimentado de tortugas, iguanas, aves y mamíferos para lograr sus 499 kg bien llevados, en las laderas del Magdalena y en búsqueda de su hembra que en un nido compartido desovaría sus crías cuidadosamente para llevarlas a buen término en las aguas de este padre madre río.
Al abuelo le gustaba cazar que le vamos a hacer. ¡Claro! acá fue espectador y reportero de este acto. Cosas de la vida. Menos mal que están sanando las miradas.
Elizabeth Piedrahita Uribe, Liliana Quintero Piedrahita,
Alonso Benjumea Piedrahita
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