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Observar y fotografiar río abajo y río arriba

SALA 1
• Sección 3 •

A lo largo de sus 1.540 kilómetros de extensión entre su nacimiento en el Macizo Colombiano y su desembocadura principal en Bocas de Ceniza, el río Magdalena ­ha sido y sigue siendo un territorio de luchas, reivindicaciones, resistencias y olvidos. Esos han sido sus constantes a lo largo del tiempo en cada municipio, en cada pueblo ubicado en sus riberas y en cada caserío perdido entre las cordilleras Central y Oriental que conforman su valle o entre esas planicies que parecen infinitas donde se expanden cientos de caños y humedales.

Mucho de lo que Floro Piedrahita Callejas captó con su cámara sigue ahí. Algunos paisajes y personajes –con otro rostro y nombre– se conservan casi idénticos. Salvo los viejos barcos a vapor, el ferrocarril, los hidroaviones que llevaban pasajeros y el correo, o la cacería de caimanes y manatíes, animales cada vez más extraños en las riberas del Magdalena.

El río padre de Colombia, ese que recorrió y fotografió Floro en su zona media, recoge lo que hemos sido como nación. Él es el hogar de una diversidad cultural rica en formas, expresiones, colores y relatos que se fue moldeando a lo largo de la historia de América. Por eso, no es verdad que Colombia tenga un río que se llama Magdalena… En realidad, lo que existe es un río que tiene adentro a una nación llamada Colombia.

Juan Gonzalo Betancur B.

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